Vamos a llamarlo Paco. Es ladrón, violador y asesino. Por ahí por donde ha pasado solo ha dejado destrucción, sufrimiento y dolor. Una pieza, vamos. Ante este historial, ¿Paco puede aspirar a salvarse? Poco puede ofrecer a Dios, ¿no? Tiene a sus espaldas una vida fracasada y oscura, llena de sangre y tormento.
Creo que todos estamos de acuerdo en que Paco, una vez que pase a mejor vida, tiene complicado disfrutar del Paraíso.
Sin embargo, hace dos mil años, un tal Dimas, también conocido como el Buen Ladrón, y con un currículum parecido al de Paco (asesino, ladrón, violador…), pasó en pocos minutos de miserable a santo. De estar en el infierno a disfrutar del cielo. ¡Un verdadero escándalo! ¿Cómo es posible que el primer santo de la Iglesia católica, canonizado por el mismo Jesús en la cruz (“En verdad te digo que estarás hoy conmigo en el Paraíso”), fuera tan poco ejemplar?
Es un escándalo, pero también una esperanza. A mí, que más bien soy frágil, pobre y pecador, saber que el primer santo de la Iglesia no deslumbraba por sus virtudes naturales, ni por ser modélico, ni por tener nada bueno que ofrecer a Dios en su muerte, me tranquiliza… Tengo posibilidades de seguir su estela…
Pero, ¿cuál es el secreto del Buen Ladrón para convertirse en San Dimas? El abandono de un niño. Sabía que no podía apoyarse en ninguna buena obra que ofrecer a Dios para ir directo al cielo, y tuvo el valor de reconocer quién era. Y cuando Dios se topa con esa humildad desnuda… precipita su misericordia.
Era el único camino que le quedaba a Dimas: hacer un acto de confianza en Jesús. Reconocer que Él era el que le podía salvar. Y con un solo acto de fe, Dios le salvó.
«El buen ladrón» de André Daigneault es la única aproximación sistemática (bíblica, histórica y espiritual) a la figura de San Dimas publicada en español.
¡Esto es revolucionario! Lo que nos está diciendo Jesús es que el hombre no puede salvarse por sí mismo. Que nuestras buenas obras, nuestras virtudes y méritos no compran el Paraíso. Que la salvación es gratuita. Que el único que salva es Dios. Y que el camino de la salvación pasa por un abandono en Él. En definitiva: que Dios quiere colmarnos con su misericordia pero para ello necesita que le hagamos espacio en nuestro corazón.
Y entonces, ¿qué pasa con nuestras buenas obras y méritos acumulados? ¿Ya no son importantes? Si reconocemos que es el Espíritu Santo el que mueve nuestro corazón para hacer el bien a nuestro alrededor, y cooperamos con su gracia para hacer esas buenas obras, admitiendo que el protagonismo no es nuestro, sino Suyo (“Sin Mí no podéis hacer nada”, Jn 15, 5), entonces las piezas encajan y nos damos cuenta que todo el bien que podamos hacer, lo hacemos por la acción de la gracia que lleva la iniciativa, y con nosotros que colaboramos con nuestra libertad. Y esas medallas que nos solemos colgar por esos méritos tan suntuosos las dejamos a un lado, ya que aceptamos que sin esa gracia de Dios no podemos hacer nada. Ya no hay cabida para la vanagloria personal…
Ahora entiendo un poco mejor a Dimas, el terrorista, asesino y violador que llegó a santo, y un modelo para todo aquel que haya perdido toda esperanza de ser salvado y disfrutar de la vida eterna.
Y, como dice Santa Teresita de Lisieux: “Quiero, como el Buen Ladrón, comparecer ante Él con las manos vacías” y pedirle a San Dimas que interceda por nosotros pecadores, frágiles y pobres, y nos ayude a iniciar el pequeño camino del abandono, para que Dios manifieste su fuerza en nuestra debilidad.
Artículo originalmente publicado en Religión en Libertad
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