Los popes del nacionalismo catalán nos venden cada 11 de septiembre la misma burra: la «Diada» se celebra por un pretendido rencor a España, dicen, por el recuerdo de la Guerra de 1714. Y con ello aprovechan para llenar el saco de otras patochadas que tienen como objetivo exaltar a Cataluña contraponiéndola con España. Es el drama de los catalanes. El nacionalismo ha logrado encubrir, ocultar y manipular la historia de nuestra pequeña patria hasta hacerla irreconocible. Y todo ello gracias a la nómina de historiadores que han reescrito la Historia del Principado como les hubiera gustado que hubiera sido, y no, como realmente fue.
Josep Pla: “La historia romántica es una historia falsa”
Imbuidos por un romanticismo de leyenda, han forzado tanto los hechos del pasado hasta convertirlos en caricaturas, con interpretaciones irreconocibles que no aguantarían un riguroso análisis historiográfico. Y con esa tergiversación de los hechos pasados, los políticos nacionalistas, siempre al acecho, han descubierto una poderosísima arma ideológica para lanzarla contra el adversario, dejándolo sin argumentos y acomplejado por no hallar replicas a esa Historia oficial, ganando así la batalla política durante los últimos 30 años, y con muchas posibilidades de reeditar ese éxito en lo que queda de siglo. Es la historia al servicio de la construcción virtual de una nación con ansias de independencia. Ya lo decía el escritor Josep Pla: “La historia romántica es una historia falsa”. Y a continuación reclamaba una nueva generación de historiadores catalanes que fueran fieles a la verdad: “¿Tendremos algún día en Cataluña una auténtica y objetiva historia?, ¿tendremos una Historia que no contenga las memeces de las historias puramente románticas que van saliendo?”.
Una de esas memeces históricas a las que se refería Pla es precisamente la Diada o la llamada Fiesta Nacional de Cataluña, que se celebra cada once de septiembre. Es una jornada reivindicativa del nacionalismo donde los grupos más radicales muestran su rechazo a España por una supuesta agresión histórica que terminó en derrota.
Una guerra de sucesión, no de secesión
Vamos a la moviola. En 1700 el rey Carlos II muere sin descendencia y se desata una lucha encarnizada entre las distintas monarquías europeas por conseguir la corona de España y, con ello, la gran herencia que representaba el todavía mayor imperio del mundo. Se abre la espita a una Guerra de Sucesión entre dos candidatos al trono: el archiduque Carlos de Austria, hijo de Leopoldo I, y Felipe de Borbón, nieto de Luis XIV. Los dos representaban una forma de gobierno y un modelo de sociedad completamente diferentes. “Estaba la nación dividida en dos partidos, como eran dos rivales –escribe el historiador y político barcelonés Antonio Capmany-, pero ninguno de ellos era infiel a la nación en general, ni enemigo de la patria. Se llamaban unos a otros rebeldes y traidores, sin serlo en realidad ninguno, pues todos eran y querían ser españoles”.
Mal recuerdo de la dominación francesa
El archiduque Carlos contaba con la general simpatía del pueblo catalán por su apego al tradicionalismo y su respeto a las concesiones reales que disfrutaba el Principado con sus jurisdicciones propias, inmunidades, fueros y privilegios. Por el contrario, Felipe de Borbón representaba el centralismo, un acentuado liberalismo, además de personificar el mal recuerdo que tenían los catalanes hacia todo lo que fuera francés, algo así como una francofobia verdaderamente virulenta, debido a los desatinos que produjo el sometimiento de Barcelona y de otras zonas de Cataluña a la Francia de Richelieu, unas décadas atrás.
Contra el modelo liberal y antifueros de Felipe de Borbón, no contra España
Con este panorama era normal que la mayoría de la población catalana abrazara la causa del archiduque Carlos en contraposición a la del “francés”. Entre 1705 y 1714 los catalanes lucharon en la Guerra de Sucesión española contra el modelo liberal y antifueros que querían implantar los borbones. La lealtad hacia la causa del archiduque Carlos garantizaba tanto el mantenimiento del tradicionalismo como los privilegios históricos que gozaba el Principado. Tanto es así que algunos historiadores nacionalistas como Rovira i Virgili han afirmado que los herederos directos de los combatientes de 1714 no son los nacionalistas, maulets o separatistas de hoy, sino los carlistas. Una declaración que supone una desconexión entre el moderno nacionalismo nacido en el siglo XIX, con esa guerra tan lejana.
«Por la libertad de toda España»
En el alzamiento antiborbónico no existía ninguna aversión hacia España; pero sí al absolutismo borbónico, ilustrado y liberal representado por Felipe de Anjou, e importado de Europa. Cuando el 11 de septiembre de 1714 los barceloneses deciden claudicar ante el ejercito de Felipe de Borbón, el alcalde edita un bando que resume el sentido español de los ideales por los que lucharon esos hombres: «Salvar la libertad del Principado y de toda España; evitar la esclavitud que espera a los catalanes y al resto de los españoles bajo el dominio francés; derramar la sangre gloriosamente por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España». Este párrafo es una prueba más de que la Guerra de Sucesión no tuvo un cariz nacionalista ni separatista, sino únicamente sucesorio y antifrancés.
Decir a la gente de hoy lo que pasó ayer
El futuro de Cataluña se juega en saber decir a la gente de hoy lo que pasó ayer. Recuperando el pasado con todo su rigor y veracidad, libre de manipulaciones románticas y ensoñaciones sentimentales, Cataluña puede reconciliarse con su Historia y abandonar esos derroteros que le restan “seny” y le abocan a su propia destrucción. ¿Para cuándo una revisión de la Historia oficial de Cataluña?
Álex Rosal
Este artículo fue originalmente publicado en Libertad Digital
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