Hans y Elise Hampel pasaron de ser un matrimonio alemán de clase obrera, anónimo para sus conciudadanos, sin destacar en casi nada, a convertirse en una amenaza real para el régimen nazi. No tenían ni dinero ni poder para desafiar a la tiranía del nacionalsocialismo. Tampoco contaban con una organización que los apoyará. Estaban completamente solos. Pero tenían una fuerte convicción: Hitler y sus generales estaban llevando a Alemania a un precipicio irreversible, y querían hacer algo para pararlo. ¿Serviría de algo? Su conciencia los empujaba a hacer un gesto de resistencia, sin reparar en los resultados.
Y, en el Berlín de 1940, comienzan su resistencia con pequeños actos de dignidad ante la ignominia. Hans y Elise se dedican a escribir breves proclamas contra el nazismo en tarjetas postales que dejan por toda la ciudad. Las depositan en el metro, en una parada de autobús, en una oficina gubernamental… El régimen se alerta ante esta disidencia descontrolada y la Gestapo crea un equipo para localizar a los subversivos…
Algo parecido hicieron la universitaria Sophie Scholl y su grupo de amigos de La Rosa Blanca, un pequeño colectivo de resistencia ante el nazismo que utilizaban la palabra impresa como única arma para luchar contra el totalitarismo.
No callar ante la destrucción
Tanto Hans y Elise Hampel, como Sophie Scholl y sus compañeros de La Rosa Blanca, tenían claro que no podían callar ante la destrucción de su país. Que no podían mirar a otro lado o consolarse con criticar en privado la catastrófica situación sin dar un paso al frente. Hicieron caso a su conciencia y dejaron de delegar las responsabilidades en otros para hacer aquello que estaba en sus manos. ¿Era poco? ¿Era eficaz? ¿Era pequeño? Poco importaba. La resistencia ante la barbarie requería dar un solo paso. Nada más. Y la esperanza que albergaban era que la suma de pequeños gestos pudiera derrotar al nazismo. Desgraciadamente, la conciencia dormida de la mayoría de la población facilitó que esos locos se hicieran con el poder y lo mantuvieran durante doce años.
Y, ¿está historia qué tiene que ver con nosotros? La verdad es que todo. Otto y Anna nos marcan el camino sobre cómo luchar ante los bárbaros que hoy están muy presentes en España. Ellos tenían claro que debían ser protagonistas de una revolución que pudiera frenar el mal con pequeños gestos de bondad o de valentía, y hacían suyo el pensamiento del científico Albert Einstein: “El mundo es un lugar peligroso para vivir; no por las personas que son malvadas, sino por las personas buenas que no hacen nada al respecto”.
De la queja estéril a la rebelión
Hans y Elise habían transformado la queja estéril y la crítica ácida, muy común en su vecindario, en micro acciones que construían pequeñas rebeliones. Y, los bárbaros de entonces, ante la amenaza de que se formara un movimiento revolucionario que les desalojara del Poder… entraron en pánico.
Ahora que se palpa como nuestros bárbaros nacionales extienden el mal en nuestro país, ganando batallas en el mundo de la educación, la cultura o la opinión pública, sin apenas oposición, y logrando de esta manera deconstruir nuestra sociedad para acercar la promesa de llevarnos a un paraíso, que no es más que otro infierno terreno… es hora de despertar. Hay que tomar conciencia de que todo aquello que amamos, y que muchas veces no valoramos suficientemente, lo podemos perder de un momento a otro.
¡Despertar! Estamos en guerra
Decía Chesterton que “el verdadero soldado no lucha porque odia lo que tiene delante, sino porque ama lo que tiene detrás”. Casi todos nosotros ya estamos palpando cómo esa telaraña diabólica que están construyendo los bárbaros a nuestros alrededor nos constriñe, nos limita y nos empuja a un precipicio vital del que va a ser difícil salir. Han logrado ganar tanto terreno en los últimos años que están muy cerca de robarnos todo aquello que amamos y deseamos. Por eso hay que despertar. Comprendo que esta guerra cultural en la que estamos metidos de hoz y coz nos sobrepasa en fuerzas y tamaño. Los bárbaros cuentan con un poder que asusta, y aunque tenemos que espabilar y usar nuestra libertad para hacer humildes gestos que contribuyan a conformar un movimiento de cambio, somos limitados. Al menos yo me siento muchas veces pequeño y frágil. Y al igual que el joven David, necesitamos ser sostenidos y empujados por un poder mayor que nosotros mismos, como ese resto de Israel que ha sobrevivido a lo largo de la Historia gracias a la protección de Dios.
Necesitamos reclamar al Espíritu Santo que nos dé sus dones y carismas para que su gracia llene nuestra debilidad, y se manifieste Su poder, y de esta manera revertir la situación en la que estamos.
El error se comete cuando no se hace nada
Hay que volver al ejemplo de Hans y Elise Hampel, que tenían claro que se comete un error cuando no se hace nada porque se cree que sólo se puede hacer un poco.
CODA: Pero lo verdaderamente importante es que estamos de celebración por los veinticinco años de vida de la revista “El Taller del Orfebre”. He tenido la suerte de leer muchos de sus números y la sensación que me he tenido es la de estar ante un altavoz que ejercía de faro que ilumina con sus textos, y de un centinela que te acompaña vitalmente para elevar tu existencia a metas más altas. Agradezco la labor generosa y callada de las religiosas de la Orden de Hijas de María Nuestra Señora, y de su capellán, el Padre Jorge López Teulón, por este ejemplo admirable de evangelización.
Álex Rosal
Publicado originalmente en la revista “El taller del Orfebre”
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