Sucumbir a la dictadura de la telecracia y la demoscopia

Donald Sutherland
Donald Sutherland

Hace unos días llamó a Religión en Libertad un antiguo colaborador que pedía que suprimiéramos de la web toda referencia a su persona. Nos indicaba que tenía muchas posibilidades de conseguir un trabajo relacionado con la política y tenía que blanquear su nombre para ser aceptable como correcto políticamente. Puso el acento en que teníamos que poner mucho empeño en que no se nos pasara nada que pudiera molestar al Poder. Y toda discrepancia que este colaborador mostró en el pasado -y lo dejó por escrito en ReL- con los dogmas laicos de la post-modernidad debía ser maquillada.

Lógicamente cumplimos a rajatabla con todas las exigencias transmitidas, y hoy este colaborador tiene una biografía de extremo centro, perfectamente asumible para cualquier opción de partido que tiene representación parlamentaria. Nadie le va a señalar ni satanizar. Cumple con todo lo que el pensamiento único exige para no quemarte en la hoguera pública de la modernidad, que es la televisión.

Esta persona es, por lo demás, un cristiano ejemplar. De Misa y Rosario diario y mucho más modélico que este frágil, pecador e incoherente plumilla que escribe. Pero este suceso me ha llevado a rumiar varios interrogantes. Por un parte, este señor tiene como principal responsabilidad dar de comer a su familia, y si para eso tiene que maquillar un poco su experiencia laboral, ¿qué problema hay? Pero por otra, están las palabras de Cristo: “El discípulo no va a ser más que el Maestro, y si a Mí me han crucificado…”. ¿Qué actitud predomina?

¿Resistir o sucumbir a la dictadura de la telecracia?

Uno de los debates diarios con los que se encuentra un cristiano en Occidente, ya sea del montón, como yo, o un consagrado, religiosa, sacerdote u obispo, es responder a este dilema: resistir o sucumbir ante la dictadura de la telecracia y la demoscopia. Si aceptamos la opinión mayoritaria, lo políticamente correcto, seremos aplaudidos y aceptados. Harán grandes elogios de nuestra persona. E, incluso, es posible que nos caiga algún premio. Nos calificarán de simpáticos y abiertos; modernos y dialogantes. Viviremos tranquilos.

Si, por el contrario, nos resistimos a esa dictadura invisible que nos empuja a la autocensura y osamos proclamar a los cuatro vientos nuestra discrepancia con lo que los mandamases en el Poder nos dicen que debemos pensar y hacer por nuestro bien, ¡ah, amigo!, agárrate los machos que tendrás una muerte civil. Enfangarán tu fama y tu buen nombre, y satanizarán tu persona. Olvídate de destacar laboralmente… seguirás vivo pero como un leproso al que nadie quiere arrimarse.

¿Ir directamente al martirio?

Resistirse hoy a lo políticamente correcto es un martirio. No tan cruento como el de los cristianos de Oriente, pero sí fastidioso. Y ese martirio solo se puede vivir desde el don. O el Espíritu Santo te da el don de sobrellevarlo, o humanamente es imposible acogerlo. Se necesita de una gracia especial para soportar esa cruz. Y, yo, que soy más bien cobardica, me doy cuenta de que, aunque tenga clara la teoría, un día sí y otro también sucumbo a esa dictadura de la telecracia y la demoscopia, para que la pedorra de turno no me señale como un peligroso fascista que se niega a arrodillarse y aceptar los dogmas del pensamiento único.

Publicado originalmente en Religión en Libertad


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