Había nervios y chismorreos por los pasillos del rectorado. Villapalos seguía sin aparecer y los asuntos se acumulaban. Algunas voces daban por hecho que el rector no volvería. ¿Dónde está Villapalos? Estaba en otro mundo. Recluido en la abadía de Santo Domingo de Silos en Burgos. Su amigo, el padre Clemente de la Serna, abad del monasterio y archiconocido en los medios a raíz de los millones de discos de canto gregoriano vendidos en todo el mundo, lo tenía hospedado como un monje más.
Es verdad que Gustavo Villapalos ostentaba el récord de ser el catedrático más joven de España con apenas 26 años, que acumulaba varios doctorados, publicación de libros, decanatos, el rectorado de la Complutense (1987-1995), varias condecoraciones, así como haber sido consejero del gobierno de la Comunidad de Madrid, entre otros quehaceres. Villapalos era todo eso, sí, pero dejaríamos desdibujada su biografía, sin entender del todo al personaje, si no profundizáramos más en los principios rectores de su vida.
Alguien que lo conocía bien lo definió como un hombre que «siempre tuvo el propósito de hacer el bien«. Marcado por su formación cristiana en los jesuitas del Recuerdo y por el ejemplo de sus padres, solía recordar con admiración cómo su padre, allá por los años 50, iba todos los días a El Escorial para ver a su mujer, aquejada de una enfermedad respiratoria, y volvía por la noche, prolongándose esos viajes durante meses, con la dificultad añadida de transitar por unas carreteras decadentes.
Villapalos podía pasar de hablar de la historia del «piloto automático» que, parece ser, facilitó los indicios y mapas a Colón para redescubrir el Nuevo Mundo, para adentrase en el mundo del rugby y el torneo de las seis naciones, afición tardía introducida por su amigo Enrique San Miguel, o poner el foco, hace ya quince años, en un desconocido arzobispo de Buenos Aires llamado Bergoglio, cuyos feligreses le gritaban «¡Papa! ¡Papa!», cuando caminaba por la calle.
Gustavo Villapalos dejó una profunda huella como rector de la Universidad Complutense de Madrid. Foto: Todocoleccion.
Intentó ayudar a todo proyecto evangelizador. Cuando el cardenal Suquía le pidió colaboración para fortalecer la presencia de la Iglesia en la Complutense, posibilitó que todas las facultades tuvieran una capilla y un sacerdote al frente. El vigor de la asociación Atlántida, de Comunión y Liberación, y sus famosos Happening organizados a imagen y semejanza del Meeting de Rimini tampoco se pueden entender, a finales de los 80, sin el apoyo de Villapalos. Y lo mismo se podría decir de la Universidad Francisco de Vitoria, de los Legionarios de Cristo, o la Universidad Villanueva, cercana al Opus Dei. O de tantas otras iniciativas de congregaciones religiosas o institutos seculares que Gustavo apoyó con entusiasmo. Doy fe de que el semanario Alfa y Omega, propiedad del Arzobispado de Madrid, no hubiera podido sobrevivir en su segunda etapa de vida, encartado en el ABC, si Villapalos, entonces Consejero de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid, no hubiera facilitado una generosa subvención.
Fue un escritor de éxito, con decenas de miles de ejemplares vendidos, con El libro de los valores (Planeta+Testimonio), escrito al alimón con Alfonso López Quintás, que tuve la suerte de publicar. Luego vinieron otros títulos escritos, mano a mano, con el profesor Enrique San Miguel: Los valores de los grandes hombres (Planeta+Testimonio), Cine para creer (Planeta+Testimonio), El Evangelio de los audaces (LibrosLibres), Momentos decisivos de España (LibrosLibres) y, por último, Enseñanzas de cine (VozdePapel), todos ellos «construidos» con una clara cosmovisión cristiana.
En «El Evangelio de los audaces», Gustavo Villapalos y Enrique San Miguel mostraron diversos ejemplos históricos de políticos comprometidos con la fe, algo que el propio Villapalos encarnó en su trayectoria pública.
No figura en la Wikipedia, y pocos lo saben, pero Gustavo también destacó como un excelente director de Ejercicios Espirituales al estilo de San Ignacio. No se prodigaba mucho, pero cuando lo hacía podía estar cinco días seguidos trasladando a los ejercitantes meditaciones y charlas de gran profundidad espiritual. Villapalos fue eso: un gran rector que tenía anhelo de monje.
Publicado originalmente en Religión en Libertad
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